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AVERNO: Un demonio menor...

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cuervoscuro's avatar
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AVERNO:
UN DEMONIO MENOR...


El viejo Tobías estaba cansado y le dolían los huesos.
Tenía setenta años, dos divorcios a cuestas, con sendas pensiones, y un par de hijos que no le hablaban desde los quince años.
Su miscelánea estaba cerrada desde la una de la tarde: no le importaba si algún vecino urgido por velas o chocolate, fuera quien tocara el timbre de su casa. Con la constante llovizna, fina y helada, que caía sobre la ciudad desde la noche anterior, sería suficiente para despedir al insistente tocatimbres.
Finalmente, cuando Tobías estaba a mitad de la escalera, el timbre dejó de sonar.

Terminó su penoso ascensó, apoyándose mas en el barandal que en sus piernas reumáticas, que desde el mes pasado no dejaban de dolerle tanto, que tenía que levantarse dos veces por noche, a untarse pomada de la campana. Una vecina acomedida le había explicado que eso no servía de nada, que comprara un calentador eléctrico, a lo que el replicaba mostrando el recibo de la luz, que ya lo estaba dejando en quiebra tan solo con un refrigerador en su establecimiento. A ella, la insistente mujer le sugería conseguir uno de gas.

— Lo último que quiero es morirme intoxicado con monóxido de carbono. —Decía antes de fruncier el seño y hacer una mueca de desprecio.

Pensando en ello pisó el último escalón y se encontró frente al pasillo que comunicaba el baño con las dos recámaras. Las paredes se sentían húmedas y el yeso se desprendía en forma de hojuelas, cerca de la ventana, que le aportaba más humedad. Tobías se limpió la mano en el pantalón de pana deslavada y posteriormente en su suéter de lana café. En voz baja maldijo al Infonavit.

Caminó unos pasos más y tosió al detenerse en la habitación vacía, apenas iluminada por un foco de 20 watts. Bajo la luz amarilla y mortecina, recordó que ese había sido el cuarto de su segunda esposa, que se había separado de él mediante un muro, hecho primero de indiferencia, luego de cemento y finalmente de un papel firmado ante abogados.
No había nada en esa habitación, salvo moho en una pared, y un pentagrama de tiza negra en el suelo.

— El cuarto de una bruja será apropiado para esto. —Dijo sonriendo, cansado de sí mismo.

El latín de tobías estaba viejo y oxidado, chirriaba tembloroso en sus labios arrugados, como las bandas de una máquina olvidada, que hubiera sido obligada a trabajar sin aceite mucho tiempo, un paso antes de desvielarse, y entonces la hubiesen desconectado. Había querido que su compadre el archivista lo ayudara a repasar el latín, pero tras varias sesiones, Tobías aceptó que solo le quedaba memoria en el cerebro, para las cosas que había aprendido antes, y que ya no entrarían nuevas.

De cualquier manera, el latín es casi lo mismo que el español, ¿o no?.

Frente a sí, mal iluminado y ayudándose con una lupa delante de los lentes, Tobías sostenía un libro de finales del siglo XIX, conseguido años atrás en una librería de segunda mano, sepultado bajo décadas de revistas de moda y periódicos deportivos.

Tobías leía con lentitud, pero también con determinación.
Antes, jamás habría recurrido a la brujería (aunque el título del libro hacía alusión a la demonología, no hay que confundirlas) pero ya había tomado una decisión.

No quería ser joven de nuevo, como Fausto. No quería escribir una gran sinfonía perfecta. Ni siquiera quería una fortuna (misma que sus dos esposas verían la manera de quitarle), y mucho menos la inmortalidad.
Esos son deseos que requieren de gran poder, y con sus nociones básicas de latín y demonología, invocar a seres capaces de hacer eso terminaría en una tragedia más, el epílogo ideal para su miserable existencia.

Tobías solo quería que le dejaran de doler los huesos cuando se venía el frío.
Y para eso no necesitaba a Satanás, ni a alguno de sus generales. Ni siquiera a alguno de sus legionarios.
Solo necesitaba un demonio menor.
El mas pequeño e insignificante, uno que entre todos los miles de huestes del inferno, no fuera echado de menos si faltaba.

El conjuro estaba por terminar.
Solo tenía que decir el nombre de ese pequeño demonio, y lo habría invocado.
Tobías cerró el libro, se lo colocó bajo el brazo y sostuvo con firmeza la lupa, como si fuera la encarnación mexicana de Merlín y no un tendero viejo con reumas. Clavó su mirada en el centro del pentagrama y entreabrió sus labios resecos, para pasar la lengua por ellos y armarse de valor.

Pronunció el nombre.

Un destello extraño lo cegó, como si el foco de veinte watts se hubiera convertido en una bengala. Tobías sintió que el corazón le fallaba, o tal vez solo había sido un vuelco del estómago. Ya no había marcha atrás y debía enfrentar las consecuencias de sus actos, literalmente.

Frente a él, dentro del círculo que rodeaba el pentagrama, estaba un hombre... mas bien un muchacho, de unos 25 años. Tenía un gesto sorprendido, con los ojos muy abiertos y las cejas enarcadas. Vestía pantalón de mezclilla y una chamarra negra. Sus botas industriales de seguridad, estaban manchadas de lodo.

— ¡Heeey! —Exclamó el aparecido, con una sorpresa que poco a poco iba transformándose en notoria molestia, como si fuera un conductor al que le ganan el último cajón del estacionamiento, de manera alevosa.

— Yo te he invocado, demonio —Dijo ceremonioso Tobías. Estaba desconcertado por el resultado, pero no se dejaría engañar por la apariencia común del ente. Aunque de alguna manera se le hacía familiar, ¿dónde lo había visto?

— ¿De qué se trata señor? —Reclamó el joven, que trató de avanzar hacia afuera del círculo, solo para toparse con un muro de aire, intangible, que lo mantenía prisionero. Tobías sonrió satisfecho y con calma, guardó la lupa en el bolsillo de su pantalón, sonriendo.

— Te he invocado y para que seas libre, debes concederme un deseo —Dijo con sonrisa complacida.

— Mire, no se que hizo, pero no soy un demonio. —Contestó pasándose la mano por el cabello y moviendo la cabeza, con fastidio e impotencia.

— Llegaste aquí con un encantamiento, no puedes salir del círculo... para mí no eres un ser de este mundo. No tengo tiempo, demonio. Solo quiero un deseo chiquito, nada complicado. Dámelo y serás libre. Mira, solo quiero que me dejen de doler los huesos cuando hace frío. —Expuso Tobías tratando de ocultar ese tono de disculpa, con el que solía responder los ácidos reclamos de sus ex-mujeres.

El hombre de jeans y zapatos industriales manoteó en el aire tratando de contener un coraje. Giró sobre si mismo y con la expresión de un niño desesperado, arqueando las cejas y entrecerrando los ojos, mientras hacía su cabeza a un lado, exclamó:— ¡Póngase pomada de la campana, es la que se pone mi tía!

Tobías se enojó mucho: — ¡Ya lo hice y no sirve, Doña Gertrudis me dijo que era de la otra y yo...!

El viejo tendero recordó, de golpe, de dónde se le hacía conocido el rostro de ese “demonio menor”.
Era el sobrino nieto de Doña Gertrudis, un ingeniero que a veces iba a visitarla... de hecho, lo conocía desde niño, anteriormente iba todos los domingos a comprar dulces.

De igual forma, al ver su reacción, el supuesto demonio también ubicó al anciano. Volvió a enarcar las cejas, pero ahora con sorpresa y se cruzó de brazos, para finalmente dar un hondo suspiro.— Usted es el señor de la miscelánea ¿verdad?

— Si... ¿Alberto? —Inquirió el hombre.

— Alderic... me llamo Alderic. —Corrigió.— ¿Puede dejarme salir por favor?

— No entiendo que pasó... yo invoqué a un demonio menor, uno que no figura en los libros, uno muy pequeño... Está bien, muchacho, salte de ahí.

— Gracias. —Al decir esto, Alderic salió del pentagrama y se sintió completamente libre. — Creo que ya sé que pasó. Le puedo explicar, pero prométame que no volverá a andar haciendo estas cosas.

Tobías se empezó a sentir disgustado. Sin demonio, no había trato, y sin trato, se quedaría con sus achaques. De pronto se arrepintió de haber dejado salir al joven.

— ¡Yo nomás quiero que me dejen de doler los chingados huesos, pues! —Exclamó molesto Tobías. Su voz temblaba de frustración y en el arranque de ira, había dejado caer el viejo libro.

Alderic se rascó la cabeza y sonrió. Recogió el libro del suelo y le puso una mano en el hombro al vecino de su tía abuela.— Lo que pasa es que tiene que ponerse una crema de las que usan los deportistas... además se ve que su casa tiene goteras, si quiere yo se la impermeabilizo. Cómprese un calentador eléctrico, no tiene que estar todo el día, solo un rato y en su cuarto. —El tono de voz de Alderic ahora sonaba mucho mas tranquilo.

— Está bien... pero no quiero que Doña Gertrudis me reclame si te caes del techo. —Rezongó una vez más el anciano.

— Eso nunca me va a pasar. Mire, vamos a hacer un trato. Yo le impermeabilizo el techo y usted se olvida del nombre con el que me llamó. —Al decir esto, Alderic pensaba que teniendo en su poder el libro de demonología, había imposibilitado al hombre para usarlo. Sin embargo no podía estar seguro de que tan lejos podría llegar el chisme, si Tobías le decía a alguien el nombre. En este mundo y en el otro, hay nombres que no se deben pronunciar.

El viejo Tobías había olvidado sus reumas con lo sucedido, y de cualquier manera, había conseguido en cierta forma, lo que quería.

Pero aun había un cabo suelto, y el viejo volvió a preguntar:— ¿Cómo llegaste aquí?

Alderic sonrió pacientemente.— Prométame que no repetirá ese nombre con el que me llamó. Yo ya le prometí arreglar su casa.

Por mi madre que no lo repito, ahora dime. —Juró el anciano lleno de curiosidad.

Alderic dió un paso atrás, con cuidado de no volver a entrar al pentagrama (uno nunca sabe) y guardó distancia del hombre. Su rostro era serio, en cierto sentido, trataba de ocultar cierta vergüenza.

Lo que no ocultó fueron un par de alas, enormes, negras y lustrosas, en cuya articulación se veía una púa larga y afilada. Alas draconianas de huesos delgados y plomizos, como una sombrilla con gigantismo: — Iba en autobús, de noche. Le pegamos a lo que el chofer creyó era una lechuza, estrelló el parabrisas y tuvimos que detenernos. Yo iba en el asiento de adelante y no aguanté la curiosidad. Cuando me bajé a mirar, ví morir a un pequeño demonio, no era mas grande que un bebé recién nacido, pero si mas feo. Unas noches después, estas me salieron. El nombre de ese demonio menor, es el que me ha jurado no repetir.

Tobías se quitó los lentes y se frotó los párpados. De pronto se sintió muy cansado, como si el peso de los acontecimientos ya no pudiera ser sostenido por la realidad y de pronto cayera sobre sus hombros. Emitió un quejido.

— Es un trato... entre caballeros, joven. —Concluyó Tobías. Su pierna empezaba a dolerle de pronto, pero ya no le importaba. Solo quería acostarse a descansar.

— Es un trato —Remarcó Alderic con un firme apretón de manos. Sus alas habían desaparecido de su espalda, o se habían vuelto invisibles, para el caso daba igual.— Voy con mi tía y le traigo la pomada.

— Esta bien, la llave de la casa está sobre la repisa de la cocina. —Dijo con naturalidad Tobías dándole la espalda, confiando en que si el joven le perdía la llave, arreglaría cuentas con su tía. Se dio la vuelta y empezó a caminar despacio por el pasillo.

Y por favor —Dijo señalando el libro que sostenía con firmeza en su mano izquierda— Hay mejores cosas para leer, que esto.
Hay mejores cosas para leer, que esto.

Averno es el último sobreviviente de mi época de hacer personajes superheróicos en la prepa, y hallado un lugar entre las letras, más que entre los dibujos.
© 2006 - 2024 cuervoscuro
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Alonsotreh's avatar
esta frase me parecio genial
"hecho primero de indiferencia, luego de cemento y finalmente de un papel firmado ante abogados."
la historia me gusto muhco:clap:
nos leemos